Tras las montañas el mediosol derrama sangre en las nubes. Los grillos cantan, el viento sopla tibio y calmado, la tarde está terminando:
Presbítero: ¿Por qué tan profundo?
Enterrador: Así ha sido siempre, tal ves para que no intenten salirse…me imagino que al principio ha de ser extraño estar allá abajo y en completa oscuridad
P: Hace frío, ¿no podríamos esperar un poco hasta mañana?
E: Si por mí fuera, estaría tomando un café y meciéndome en mi silla, pero esto urge.
P: Yo no veo la urgencia, lo mismo da hoy que mañana.
E: Pues yo sí la veo…y la huelo, ya estás casi verde, te trajeron ya muy descompuesto, mira nomás cuanta mosca has traído.
P: Es que no me había dado cuenta, caminé durante horas por la vereda, ligero…
E: Te encontraron a lado del camino real, entre la hierba.
P: Me quedé dormido, iba camino a San Sebastián.
E: Se me hace que la nevada te alcanzó.
P: Pues yo creo que si, por eso tengo tanto frío.
E (suspirando de alivio): Ya terminé. Métete.
P: ¿Tan rápido?
E: Sí, pero no te preocupes…así es esto, algunas veces te toca arriba y otras…abajo.
P: Lo malo es que yo ya no salgo de esta. Dame un cachito de tiempo para ver por última vez el mundo.
E: ¡Carajo! No puedes meterte y ya, se está haciendo de noche.
P: Sólo un momento, quiero ver por última vez las cosas de aquí arriba.
E: ¿Pero ver qué? Si ya ni ojos tienes, se me hace que te está dando miedo, pero por más que le hagas vas a tener que meterte tarde o temprano.
P: Mejor tarde que temprano.
E: Bueno pues, aprovecha mientras descanso.
El enterrador se apoya en la pala y limpia el sudor de su frente con el antebrazo, mientras Presbítero camina alrededor de la fosa volteando hacia todos lados, algunas moscas le siguen de cerca.
Tras las montañas empiezan a dibujarse algunos truenos y el viento antes tibio y calmado, comienza a soplar con mayor fuerza:
Enterrador: Ya métete, por tu culpa me voy a mojar. Todavía tengo que tapar el agujero.
Presbítero (parándose frente a él): Bueno ya, pero tengo frío.
E: ¡Oh que la chingada! Y qué quieres que haga yo.
P: Préstame tu manta.
E: Estás loco ya viene la lluvia ¿Con qué me voy a tapar? Yo no tengo la culpa de que ni siquiera te hayan envuelto en petate.
P: No seas cabrón, es lo último que te pido. Allá abajo se ve que hace mucho frío.
E: ¡Que no, y ya métete!
P: ¡Bueno cabrón, o me la prestas o a la media noche me salgo de este pinche hoyo, voy a tu casa y te arrastro hasta aquí para que sientas el mismo frío que yo!
E: Está bueno, tu ganas…pero vas a ver, ni cruz ni lápida te voy a poner para que nadie sepa donde estás.
P: No importa, nadie sabe que me pasó esto, no creo que se lo imaginen siquiera.
E (disgustado se quita la manta y la tira a un lado de Presbítero): Ten, y ahora si ya métete.
Presbítero se agacha, recoge la manta y se la enreda de la cabeza al torso. Apoyándose en sus manos, trata de meterse al hoyo. Se escucha un golpe seco; ya está en el fondo.
Enterrador: ¿Qué haces cabrón?
Presbítero: Nada, acomodándome.
E: ¡No, de veras que tu saliste delicado! Tienes que estar boca arriba y derecho cabrón, no hecho ronchita. Así es la ley
P: ¡Uhhh que la madre!, ni siquiera decidir puedo, ¿Pues qué me queda después de muerto?
E: ¡Bueno ya! Voy a empezar a echarte la tierra encima y no quiero que grites…después me voy todo espantado. No quiero que se me pare el corazón y acabar ahí tendido como tu. Adiós.
El ruido pausado de la llovizna nueva se funde con los resoplos cansados del enterrador y de su pala que presurosamente echa la inagotable tierra al agujero.
Los grillos cantan, el viento sopla, la noche comienza.
Presbítero: ¿Por qué tan profundo?
Enterrador: Así ha sido siempre, tal ves para que no intenten salirse…me imagino que al principio ha de ser extraño estar allá abajo y en completa oscuridad
P: Hace frío, ¿no podríamos esperar un poco hasta mañana?
E: Si por mí fuera, estaría tomando un café y meciéndome en mi silla, pero esto urge.
P: Yo no veo la urgencia, lo mismo da hoy que mañana.
E: Pues yo sí la veo…y la huelo, ya estás casi verde, te trajeron ya muy descompuesto, mira nomás cuanta mosca has traído.
P: Es que no me había dado cuenta, caminé durante horas por la vereda, ligero…
E: Te encontraron a lado del camino real, entre la hierba.
P: Me quedé dormido, iba camino a San Sebastián.
E: Se me hace que la nevada te alcanzó.
P: Pues yo creo que si, por eso tengo tanto frío.
E (suspirando de alivio): Ya terminé. Métete.
P: ¿Tan rápido?
E: Sí, pero no te preocupes…así es esto, algunas veces te toca arriba y otras…abajo.
P: Lo malo es que yo ya no salgo de esta. Dame un cachito de tiempo para ver por última vez el mundo.
E: ¡Carajo! No puedes meterte y ya, se está haciendo de noche.
P: Sólo un momento, quiero ver por última vez las cosas de aquí arriba.
E: ¿Pero ver qué? Si ya ni ojos tienes, se me hace que te está dando miedo, pero por más que le hagas vas a tener que meterte tarde o temprano.
P: Mejor tarde que temprano.
E: Bueno pues, aprovecha mientras descanso.
El enterrador se apoya en la pala y limpia el sudor de su frente con el antebrazo, mientras Presbítero camina alrededor de la fosa volteando hacia todos lados, algunas moscas le siguen de cerca.
Tras las montañas empiezan a dibujarse algunos truenos y el viento antes tibio y calmado, comienza a soplar con mayor fuerza:
Enterrador: Ya métete, por tu culpa me voy a mojar. Todavía tengo que tapar el agujero.
Presbítero (parándose frente a él): Bueno ya, pero tengo frío.
E: ¡Oh que la chingada! Y qué quieres que haga yo.
P: Préstame tu manta.
E: Estás loco ya viene la lluvia ¿Con qué me voy a tapar? Yo no tengo la culpa de que ni siquiera te hayan envuelto en petate.
P: No seas cabrón, es lo último que te pido. Allá abajo se ve que hace mucho frío.
E: ¡Que no, y ya métete!
P: ¡Bueno cabrón, o me la prestas o a la media noche me salgo de este pinche hoyo, voy a tu casa y te arrastro hasta aquí para que sientas el mismo frío que yo!
E: Está bueno, tu ganas…pero vas a ver, ni cruz ni lápida te voy a poner para que nadie sepa donde estás.
P: No importa, nadie sabe que me pasó esto, no creo que se lo imaginen siquiera.
E (disgustado se quita la manta y la tira a un lado de Presbítero): Ten, y ahora si ya métete.
Presbítero se agacha, recoge la manta y se la enreda de la cabeza al torso. Apoyándose en sus manos, trata de meterse al hoyo. Se escucha un golpe seco; ya está en el fondo.
Enterrador: ¿Qué haces cabrón?
Presbítero: Nada, acomodándome.
E: ¡No, de veras que tu saliste delicado! Tienes que estar boca arriba y derecho cabrón, no hecho ronchita. Así es la ley
P: ¡Uhhh que la madre!, ni siquiera decidir puedo, ¿Pues qué me queda después de muerto?
E: ¡Bueno ya! Voy a empezar a echarte la tierra encima y no quiero que grites…después me voy todo espantado. No quiero que se me pare el corazón y acabar ahí tendido como tu. Adiós.
El ruido pausado de la llovizna nueva se funde con los resoplos cansados del enterrador y de su pala que presurosamente echa la inagotable tierra al agujero.
Los grillos cantan, el viento sopla, la noche comienza.
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